miércoles, 25 de noviembre de 2020

Coigüe Nothofagus dombeyi.

El coigüe es uno de esos ejemplares de árboles, que remiten a cuentos, cuentos fantásticos, en donde una, uno, unx se interna en búsqueda de algo en un hermoso, frondoso, mugoso, verde, bosque. Lugar en donde los valientes no quieren salir jamás y más bien formar comunidad con las ramas, las hojas que alfombran el piso, la vegetación cuasi húmeda que habita las profundidades. Profundidades producto de la altura inusitada de esos árboles, a veces coigüe, otras alerce, aquellas especies que para lograr ver sus copas, tendrías que ser un gigante.

 

Pues a estos hermosos y enormes coigües los conocí primero por nombre y hazañas y después, muchos años después en vivo y en directo. El nombre y  hazañas, vienen de la infancia de mi padre, cuando afortunado él pasaba enero y febrero, en el sur, en los campos de su abuelo paterno, en la XI región. Roble, o Coigüe como le dicen y que en esas zonas lamentablemente, la belleza de sus troncos, ramas, la textura corteza, hacia que los talaran para transformarlos en mesas, sillas, muebles de gran valía.

 


Pero las historias de mi  padre, eran más naif, ya que eran las nostalgias producto de sus veraneos en estas tierras arboladas, donde obviamente estaba presente siempre, el tema de la tala discriminada y no tanto de ellos, ya que uno de los paseos aventurosos, donde más de un primo se ahogó, era saltar de tronco en tronco, a ras de los lagos de esas zonas, intentando cruzar de una punta a la otra. Sé que mi padre llegó hasta la otra orilla porque ya saben, hubiera muerto, no podría conocer a mi mamá y tenernos a mis hermanas y a mí. Pero sí sé por historias que mi propio padre contó más de una vez, aquello de los traumas de infancia, que más de un primo, de esas familias numerosas en que más de uno significaban  más de 30, murió ahogado intentando saltar de un tronco de roble al otro, de pronto éstos se separaron, al niño se le abrieron las piernas hasta perder el equilibrio y caer al rio, lago, con corriente que primero lo chupo hacia las profundidades y después arrastró rio abajo y como bordeaban entre los 10 y 16 años, el que no tenía buen estado físico y expertis en el nado…. Ya imaginarán el final.

 


Pero cuando las historias no eran en modo funeraria, mi padre nos contaba aquella sensación de sentirse pequeño, muy pequeño, en medio de la inmensidad de esos bosques. Entre el aroma a arboles o vegetación, dirá algún primo más pesado. El aroma a arboles, a la humedad que producen las hojas acumuladas en el piso, formando alfombras, algunas más crujientes otras entregadas a la descomposición o “compos” y ese aroma, olor, característico que uno después lo replica en versión Dejavu cuando está en espacios húmedos… A mi papá le gustaba ir con los primos con quienes tenía mayor empatía y pasar horas y horas paseando por estos bosques, cortar o recoger del piso, ramas gruesas y jugar a los caballeros guerreros. A veces, eran acompañados por primos de mayor edad o por algún tío y hasta acamparon en el bosque de robles. Entonces tenían que repartirse las tareas de recoger ramas, hojas secas no húmedas, uno que otro coquito de pino o ramitas de eucaliptus, para la fogata, que más que servirles de calefacción era para experimentar la magia del baile de las llamas. Ya que en cada niñx hay escondido un pirómano potencial, así como unx que le gusta el agua  y cuando pide regar, más bien se baña. Pero estos primos estaban ahí acampando y contemplando las llamas moverse con la brisa del aire de verano. No faltaba el que comenzaba con el jueguito de meter un palo, después el dedo, ya estamos con la mano y el primero en quemarse o recibir un sopapo del encargado, terminaba con el juego. Mi padre decía que los que practicaban la piromanía eran sus primos Altamirano, que eran un poco posesos, es decir, enfermos de la cabeza.

 


También disfrutaron y vaya que si, con los productos que salían de estas hermosas maderas de Roble / Coigüe, con mis hermanas solo supimos de ellas, no sé si diferenciarlas, por las fotos que existen de la casa del sur, algunos muebles que llegaron a casa de mis abuelos paternos. Aquellos buró, mesas de rincón, mesas de comedor, que tienen la característica de ser de un color no precisamente café, sino más bien enrojecido, muy brillantes, y en los costados y base lisos, veras dibujadas cual si realmente alguien lo hubiera hecho, manchas rojizas, amarillo mostaza, café achocolatado, eso dicen, que es el pedigrí de la madera, cuando estás en presencia de un digno representante de Alerce, Roble. Como digo, solo los he visto en fotos y la verdad que en estos tiempos, así como los animalistas, creo que soy una maderista o arbolistica, porque creo que ya estuvo bueno de talar y talar árboles para hacer muebles, para hacer aserrín para los días de lluvia. Me da una rabia que pierdo el hilo de la conversación. Así que los dejo con la historia de este hermoso árbol…. Nativo.

 


De orígenes.

El coihue, (Nothofagus dombeyi), también llamado coigüe o roble, es un árbol siempreverde que crece en el centro y sur de Chile, en Chile habita desde la VI a la XI región, desde los 35 a 45º latitud sur.

 

Desde el nivel del mar hasta 1200 m de altitud en los Andes, y en el suroeste de Argentina, en la cercanía de la Cordillera de los Andes, al sur del paralelo 38º sur.

 


De características.

Es un árbol frondoso, de corteza gris y con ramas aplanadas horizontalmente que le dan un aspecto característico.

 

Sus hojas tienen un pecíolo muy corto y forma de rombo redondeado, con el borde aserrado.       

 

Las flores son poco visibles, porque son verdes y miden menos de 5 mm de longitud.

 

En un mismo individuo existen flores masculinas y femeninas y el polen se dispersa por la acción del viento.

 

Sus frutos son pequeños y poco notorios, sin embargo, en el sur de Chile existen personas que creen que el fruto del coihue es el Llao Llao (Cyttaria harioti), un hongo comestible de forma globosa que se adhiere a troncos y ramas.

 

Otros consideran frutos a las agallas (tumores) que el árbol crea para defenderse de la postura de huevos de cierto díptero.

 

De usos.

La madera es de color amarillo claro y se usa en carpintería y como leña de calidad intermedia.

 

El corazón del árbol, llamado cure, es más duro y resiste mejor la humedad, por lo que se usa para hacer estacas que sostengan alambradas.

 

Ha sido introducido como ornamental en las Islas Británicas y también en la costa norte del Pacífico de Estados Unidos.

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