miércoles, 21 de septiembre de 2016

Ficus elástica.

LA HISTORIA:
Ficus elástica, el Árbol del caucho,1 es una especie perennifolia del género de los higos, nativa del nordeste de India(Assam), oeste de Indonesia (Sumatra y Java). Fue introducida en Europa en 1815 como planta de interior.
Árbol grande del grupo de los Ficus epífitos, alcanzando 30-40 m (raramente 60 m) de altura, con un tronco macizo irregular, de 2 m de diámetro, que desarrolla raíces aéreas y contrafuertes para anclarlo al suelo y ayudar a soportar las pesadas ramas casi horizontales. Hojas anchas, brillantes, ovales, de 10-35 cm de largo y 5-15 cm de ancho; ese tamaño es mayor en plantas jóvenes (ocasionalmente de 45 cm de largo), mucho más pequeñas en ejemplares viejos (típicamente de 10 cm de largo). Las hojas desarrollan una vaina en el meristema apical, que va creciendo a medida que la nueva hoja crece. Cuando madura, se despliega y la vaina cae de la planta. Dentro de la hoja nueva, se encuentra otra inmadura.
Como en otros miembros del género Ficus, las flores requieren una especie particular de avispa del higo para polinizarse, en una relación de coevolución. A causa de esta relación, este gomero no produce flores ni coloridas ni fragantes para atraer otros polinizadores. El fruto es un higo pequeño, amarillo verdoso oval, de 1 cm de largo, apenas comestible; con solo una semillaviable, donde se encuentra la avispa pertinente.

 Siempre estuve rodeada de lo que conocía por el nombre de "Gomero". En la casa de mis padres en Guadalajara, al poco andar tuvimos uno, claro que en maceta. Que no por ello dejó de crecer y crecer, con sus hojas verde oscuras, gruesas, lustrosas, brillosas, grandes, que al nacer dejaban atrás una especie de tela color café, que en sus tiempos primigenios, había servido para proteger el producto que se transformaría en hoja.
Después supe que esto de tener un árbol de "Gomero", venía del fundo donde nació mi padre, Buin, Región Metropolitana, Santiago de Chile. Donde crecía ya en esos años (1926) un hermoso árbol, de tronco gordo, más bien chato (pequeño), bien gordo para sostener unas tremendas ramas que buscaban cielo y sol. Raíces hermosas al ras de la tierra, como semejando la mano humana pero de más de cinco dedos. Raíces de color café oscuro, que unida al tronco creaba una extensión terrenal larga y gruesa, tan gruesa como una valla capaz de hacer tropezar a quien pretende caminar por entre medio. Entre medio de valla de raíz de gomero, formábase un hueco para anidar un perro, cubierto de hojas caídas secas y verdes, también nido para arañas, roedores bien escondidos, no por ello menos hermoso.
Cuando el tiempo transcurriera mucho, mucho, conocería por mis propios pasos y ojos, los gomeros de La Recoleta, en Buenos Aires, Argentina. Un parque sombreado y cubierto de gomeros chatos (cortos) de troncos amplios, gruesos, enormes y con ramas y raíces separadas a penas por unos cuantos centímetros de distancia. En tonos café oscuro, menos oscuro, más oscuro. En verano pese a lo mullido de sus ramas llenas de hojas, logra filtrarse un poco la luz y uno descubre el verde real de sus hojas y algunos troncos, producto de la humedad.
Y por último y para cerrar con broche de oro este amor por los gomeros, los pasos acompañados por mi padre, me llevan hasta Buin, a conocer su lugar de nacimiento y el gomero más grande y añoso jamás imaginado... añoso tanto como más de 200 años pudiera tener. De raíces alargadas, gruesas, hermosas, café, cual patas de elefante, manos humanas de muchos dedos. Su tronco robusto, chato (corto) y cubierto de ramas a lo alto, porque este sí que era alto, alto, alto, lo suficiente para que desde muy arriba, uno de sus frutos cayera sobre mi cabeza y sintiera dolor en aquello.


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